Monte Hellman falleció el 20 de abril de 2021, en Palm Desert, California. Había nacido en Greenpoint, New York, en 1932. Fue un cineasta norteamericano de trayectoria singular, surgido de la factoría de Roger Corman, un outsider trabajando por lo general en la serie B del sistema. Antes de ejercer como realizador, desempeñó toda clase de tareas: montador, productor, ayudante de dirección, guionista… «He sido siempre -declaró- un tipo a sueldo. Y habitualmente he aceptado cualquier trabajo que se me ofrecía.»
En 1982, en una entrevista publicada en las páginas de Cahiers du Cinéma, Hellman declaró: «No tengo un solo amigo en el cine norteamericano.» Una negación radical, que sin duda se refería a las escasas -por no decir nulas- afinidades que suscitaba entre sus compañeros de generación la singularidad de su mirada, probablemente más pendiente de un horizonte que pasaba antes por el Quartier Latin que por Sunset Boulevard. Quizás por eso los críticos franceses le presentaron como «el solitario de Laurel Canyon».
Fueron abundantes sus proyectos que finalmente los productores pusieron en otras manos, pero en cuyo origen estuvo involucrado: Fat City (John Huston), Pat Garrett & Billy the Kid y Junior Bonner (Sam Peckinpah), The sheltering sky (Bernardo Bertolucci). Además de unas cuantas películas de género, de sus memorables wésterns existencialistas, Monte Hellman hizo en 1971 una película de culto, la más original de todas las road movies, Two-Lane Blacktop («Carretera asfaltada de dos direcciones»), su mayor logro como cineasta. Su último largometraje – una tentativa postrera de retomar algunas de sus más íntimas obsesiones- fue Road to Nowhere (2010).
Hace ya muchos años, alguien me contó que Monte Hellman había declarado que El espíritu de la colmena era la película que más veces -unas veinte- había visto en su vida, y que la consideraba una de las diez mejores jamás realizadas. Que alguien con una práctica del oficio tan distinta a la mía se interesara así, de modo tan obsesivo como generoso, por una de mis películas, me sorprendió.
Cuando más tarde, en medio del ajetreo del Festival de Cannes, me encontré con Monte por vez primera, me confirmó que era del todo cierto lo que había declarado, y que además acostumbraba a proyectar a sus hijos, Jared y Melissa, por lo menos una o dos veces al año, The Spirit of Beehive, como una manera de iniciarlos en el conocimiento de cierta clase de películas. Después hubo otros encuentros, casi siempre en las mismas o parecidas circunstancias. Solíamos hablar sobre todo de cómo nos iba en la vida.
Preparando el rodaje de Road to Nowhere me preguntó por los derechos de reproducción de una escena de El espíritu de la colmena que quería citar en su película. Le dije que no se preocupara, que yo me hacía responsable del asunto, que insertara con absoluta libertad las imágenes que le convinieran. Y así lo hizo.
Hace casi cuatro años, en 2018, habíamos quedado citados en Zagreb, en el marco de un festival que llevaba un título muy emblemático: Film Mutations: Festival of Invisible Cinema, que programaba una retrospectiva de nuestras películas. Monte iba a acudir en compañía de su hija Melissa. Pero a última hora renunció a viajar. Descanse en paz.