Madrid, Noviembre, 2011.
Querido Monte:
Me piden que te escriba una postal. Lo hago con mucho gusto, al amparo, como verás, de nuestro viejo amigo Boris Karloff, el mejor de los intermediarios.
Hace unas tres semanas pude por fin ver, en una copia en DVD, Road to Nowhere. La vi con mucho interés, agradeciendo a la vez la mención a El espíritu de la colmena que haces en sus imágenes. Me pareció la película de un joven cineasta. Bien entendido: joven de espíritu, pero maduro en experiencia, en plena posesión de sus medios. Una película como las que a mí me gustan, modesta en la producción pero ambiciosa en aquello que es esencial: el compromiso radical del autor con su tema. Un tema que, en este caso, no es otro que el de las relaciones entre el cine y la vida. Eterna canción donde el cine constituye, desde hace más de un siglo, el arte funerario por excelencia, capaz de hacer volver del más allá a los muertos.
Justamente como, según la leyenda, el Libro de Thot, que hace miles de años fue depositado en la tumba de Imhotep, aquel Gran Sacerdote egipcio enterrado vivo por un delito de amor. Por amor también, las películas, en un acto de redención, pueden traer de nuevo hasta nosotros a los que se fueron. De este misterio quien sabía mucho, además de sir Alfred Hitchcock, era Ardath Bey-Imhotep, una de las más sublimes encarnaciones de Boris Karloff. No hay más que verlo en la foto que te envío, mirándonos fijamente mientras su lámpara de aceite ilumina la más ancestral de las oscuridades. Fracasado en su empresa de amor (no sólo quería rescatar el cuerpo de su amada sino también su alma), fue reducido a cenizas para siempre a la par que el Libro de Thot ardía. Algo que, tanto tiempo después, me recuerda Two-Lane Blacktop, aquella película tuya que, en su última bobina, entregaba los fotogramas al fuego.
Quizás, entonces, no es extraño que la imagen de Ardath Bey-Imhotep se me haya impuesto en esta postal reclamando su papel de santo y seña, y así poder presidir estas líneas que ahora te escribo desde un lugar que no viene en los mapas. Un lugar, llamado cine, que tú conoces bien, más allá de los caminos que no llevan a ninguna parte.
Que tengas salud y muchas más películas.
Un abrazo:
Víctor Erice